sábado, febrero 25, 2006

Paloma

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Por disparatado que pueda sonar, hace poco estuve enamorado. Es una locura porque mi corazón se volcó hacia una chica que apenas conocía, que llegó a mi vida de una manera inesperada e improvisada, inimaginable y hasta incorrecta pero inequívoca e increíble.
Tengo que admitir que esta chica me derrite. Primero por su belleza, que no quiero compartir con nadie. Sólo diré que sus ojos brillan. Que ese color tan profundo es una puerta que lleva a otros mundos. Segundo, por esa otra belleza que alcancé a bosquejar a través de sus palabras, su sonrisa, sus manos que en algún momento se posaron en mi frente, su gusto por La Música, sus muestras de paciencia y bondad, de coraje y tenacidad. Me dejó entrar un poquito en ella. Me escuchó atenta y respetuosamente cuando le dije que quería amarla. Me contestó con una sonrisa que me dejó en un estado de sopor absoluto, absorto en su aroma. Me dejó pensar –seguro sin malicia- que podría verla y platicar. Me dijo –seguro sin saña- que nos veríamos pronto. Ignoré que deliberadamente dejó conversaciones incompletas, concientemente hice a un lado el hecho de que nunca me dijo dónde vivía. Olvidé a propósito su número de teléfono, para no hablarle al menos una vez por semana. A diario veo su dirección de correo y me contengo las ganas infinitas de escribirle páginas enteras en donde me comparto y –creo- nos conocemos. Me hice la ilusión de verla y ya no he podido verla. Pero todo eso era muy lógico. Por muy honestos que puedan ser mis sentimientos, dan miedo. Me lo puedo imaginar. Puede dar miedo la determinación que a veces contienen mis sentimientos. Pero son verdaderos y ella no tiene la culpa.

Al cabo de un párrafo ya se sabe que este cuento no tiene un final feliz, pero tampoco es un final triste. La verdad es que ella logró inspirarme. Mi vida realmente cambió el día en el que la conocí. Mis valores y prioridades se volcaron hacia otros lados. Mi vida adquirió sentido gracias a que quiero vivir para poder ver de nuevo esos ojos inverosímiles, mejor dicho, irreales.

Como decía Nicholson interpretando al escritor esquizofrénico “You make me want to be a better person”. Así es Paloma para mí. Es una musa ausente. Es un sueño lejano. No sé si se acuerde de mí, pero yo quisiera que supiera que la extraño y que me gustaría compartirme con ella algún día. Estoy seguro que seré un alma más rica y una personalidad más entera cuando la vea. La cuerda que me dio seguirá por un buen rato. Seguiré suspirando por ella y seguiré soñando infantilmente, aunque ella sea el más serio de mis sueños. Al final, debía ser una ambigüedad o una cosa no muy clara, porque -realmente- apenas nos conocimos.

Y siempre querré cambiar eso.

Hielo de Relámpago

Ésta ocasión no era diferente del resto. Se prepara toda la “erre” en el backpack. Salgo por toda prisa por el Portal y doblo a la derecha sobre la Cima. Cuando llego a la calzada, cruzo esquivando los carros que vienen de todas las direcciones posibles y camino a un lado del panteón. Saco el fiel instrumento y lo uso un par de veces, como siempre. Llego a la esquina y –como siempre- hay un micro esperando. En cosa de veinte minutos llego a Camarones, en lo que bajo las escaleras saco el boleto y con un definitivo giro del torniquete, entro a las entrañas de la Ciudad del Caos. Sus corriente me lleva por venas y arterias de diversos colores: naranja, rojo, amarillo... al cabo de unas diez estaciones estoy en Observatorio. Las corridas son cada media hora, pero no alcanzo la de las nueve y media. A las diez con cinco ya me estoy moviendo y a las diez con diez he perdido la conciencia. Un “Ya llegamos” me despierta doscientos kilómetros adentro de Michoacán.
Morelia es hermosa, pero no se nota mucho a las tres de la mañana. La Vasco de Quiroga me recibe con la indiferencia y el olvido acostumbrados. El búho se asoma con ojos desorbitados y me invita al salón de los mecheros, los focos y las velas. Aparece la Luz, si se me permite. Me despojan de riquezas monetarias y aún así me evado del lugar con una tranquilidad inexplicable que no se alcanza a manifestar como un pulso sereno.
Al cabo de un par de vueltas, me encuentro con los chicos buenos, con el negocio de familia, con las caras agradables y la plática amena. En un cuarto de pantallas y bocinas que no dejan de unirse y desunirse usando marañas de cables. El cuarto heavy, que sin dejar de serlo acoge a las pequeñitas entre riffs y redobles, entre voces obscuras que liberan una cantidad impresionante de energía.
La noche aquí se hace corta. Entre pláticas, videos y composturas. Entre diversas substancias que se consumen mediante el fuego de los encendedores. El cuarto heavy, donde las dobles “pés” se combinan con todo tipo de palabras amables.
La noche aquí se diluye. En cuanto empieza a amanecer agarro de nuevo camino. En la Central siempre se corre un pequeño riesgo. Entro al baño y dejo todo listo. Me dirijo a la sala. Entro al pasillo. La adrenalina del cateo. Llego con el corazón aún acelerado al asiento. Ahora no puedo conciliar el sueño, como en todos los viajes de regreso. Ahora pienso y pienso y pienso porque no traje mi libro y porque me parece que la chica de allá afuera está hermosa, pero es sólo el efecto.
El sol me recibe al llegar a la Ciudad del Caos. De nuevo al observatorio y de nuevo al metro. De nuevo diez estaciones, un micro y llego a la frontera de las entidades. Camino tres cuadras y entro al Portal. Subo las escaleras y entro a mi guarida. Saco el botín. Lo disfruto a solas. Y mientras estoy perdiéndome entre nubes, recapitulo y veo a Morelia desafocándose, pero sólo en el sentido que se logra cuando se va aumentando la distancia entre un lugar y otro, manteniendo la vista fija.

Las Palabras de La Noche y La partida del Sr. Ampallang

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El Sr. Ampallang vivía plácidamente atravesado en la anatomía y el pensamiento de un cuerpo humano; acompañado desde hace algunos años por sus vecinos, el Sr. Apadravya y el Príncipe Alberto. Éste trío tan singular se ha hecho compañía desde hace varios meses, entre deseos y frustraciones agrupadas en pares exactos, entre el sueño y la vigilia, entre campanazos de acero y tañidos de barras y semicírculos. El Sr. Ampallang, en una perenne posición horizontal, se desaburre de los meses solitarios entre muecas idénticas y energías variables. Aunque no se acomoda del todo bien en su posición transversal respecto al Sr. Apadravya, ha permanecido en su sitio por empuje de una voluntad pura e inquebrantable, sin razones de peso. Sólo inamovible por una especie de respeto por todo el trabajo que le costó llegar hasta donde estaba. Su llegada fue repentina, pero en principio definitiva. Apenas un puñado de veces se había aventurado a salir de su madriguera y por muy insostenible que fuera su posición, nunca había pensado en irse. Raíces le sostenían al sustrato. El miedo al dolor lo mantenía en un estado pétreo que –sin embargo- era particularmente cómodo, en una especie de levedad que contrarrestaba su pesadez natural y le permitía coexistir con sus vecinos mediante una relación un tanto testicular, viviendo juntos y a la vez cacheteándose.
El Sr. Ampallang nunca se imaginó que aquella noche diferente, sin la acostumbrada y casta soledad en la que vivía, saldría de su acojinado hogar para internarse en el vacío e integrarse con el frío del ambiente hasta que sus propias puertas se cerraran y le vetaran por siempre el paso a su antigua morada. Por supuesto que no lo imaginaba (y quizás de haberlo sabido, no lo hubiera hecho) y la sorpresa de una salida tan repentina como su llegada se le mezcló con una resignación feliz que tampoco esperaba y que lo mantuvo lejos, otra vez en una indefinida pero tal vez de nuevo limitada ausencia. Su partida fue triste, sin duda, pero lo tomó como un cambio y –en general- los cambios siempre le han parecido positivos. Ésta es la historia de su partida.

Señalando obvias coincidencias, Ampallang se escribe con “A” de Alejandra, con “A” de Amistad o de Amor. “A” de Alegría, de Atrevimiento, de Alcohol, de Ameno y de Aventura. Con “A” de Abrazos y de Ansiedad, de Ardor y Arrojo, de Animarse, Arrobo y Alcanzar. “A” de “Antes lo había deseado” o de “A mí me gustas”... y todas éstas palabras podrían entretejerse y acomodarse fácilmente para que contaran la historia.
Pero en un afán de licitar ciertos recursos del lenguaje, vienen a mi mente otras palabras, tales como: “Besos”, “Tacto”, “Emoción”, “Sueño Realizado”, “Deseo”, “Orgasmos”, “Plática”, “Tranquilidad”, “Risas”, “Verte a los ojos”, “Suspiro”, “Picado”, “Me gustas”, “Te Quiero”, “Háblame” o “No me hables” pero también “No te vayas”, “Aquí estaré”, “Ilusiones” y hasta “Lista de Pendientes”. De todos modos estoy seguro de que las palabras nunca aspiraron a describir todo el remolino de sucesos, experiencias, decisiones, coincidencias y tiempos que rodearon y acompañaron a ésta última quincena.

El Sr. Ampallang dejó su morada en medio de este nudo de ideas y palabras. Con pocas explicaciones y razones, pero con la idea fija de despejar un poco el camino. Al final su partida fue parte de una tremenda concatenación de hechos que involucran a U2, un par de aventuras, una verdadera amiga, a mi abuelo y unos cuantos miles de pesos.
Todos éstos eventos seriados se pierden entre mi falta de memoria y varios íntimos secretos. De nuevo me encuentro escribiendo para mí, pero dejando un par de señas para la única persona que puede entenderlas todas y guiar la historia. Más de nosotros dos, hay más personas que saben perfectamente a lo que me refiero, pero éstas letras son para nosotros. Son para ti, que tal vez las lees rolando los ojos hacia el cielo o con una risilla emocionada, hasta ahora no puedo saberlo. Son para ti, que me hablaste con tanta honestidad y con dura franqueza, pero también con un amor y un delirio inexplicables.
Me escribo y te escribo. Para darte las gracias por tu compañía y por tu dulzura que –un tanto diferente a lo que conocía- simplemente confirmaron tu existencia en mi vida, tu amor en mi corazón, tu idea en mi mente. Eres la misma que conocí, en una faceta diferente. Eres quien me dio lo que nadie me había dado nunca. Eres la misma y también eres otra. Eres mágica pero real, eres terrena pero irreal. Eres quien labró (y no “dibujó”) una sonrisa en mi rostro. Eres quien cambió mi perspectiva y quien cumplió mi fantasía. Eres una persona que sólo se puede encontrar una vez en la vida. Por eso me siento afortunado, porque te diste y me dejaste darme. Porque me hiciste el amor y me diste dolor, porque me hiciste sentir vivo, porque me hiciste ignorar pasado y futuro, porque me pude perder en tu grandeza, porque me diste algo de tu espíritu indomable y de tu sed por conquistar. Porque me aceptaste y me rechazaste, porque fuiste ambiguamente transparente. Porque fuiste paciente y tolerante y aún así te diste el lujo de desesperarte y hartarte. Porque te quedaste y te fuiste, porque tal vez regreses, porque tal vez nunca lo hagas y a pesar de ello te siento dentro de mi alma, como si –para empezar- nunca te hubieras ido.

La despedida del Sr. Ampallang no causó un eco como el tuyo. Fue parte de la sacudida, del movimiento de tapete, de la fractura del esquema. Y fue tan duro que nunca volveré a ser el mismo, ahora soy un poco más y solamente gracias a ti. Porque pusiste de nuevo la frase en mi cabeza: “Hay cosas que nunca cambian, pero hay ciertas cosas que SÍ cambian”. Eso es una gran fortuna, igual que la suerte de cruzar mi camino con el tuyo. De éste nudo de eventos salí ganando, aunque no creo que haya perdedor alguno. Es más, la solución que trajiste a mi vida fue similar a la de Alejandro Magno cuando fue enfrentado con el Nudo Gordiano. Sencillamente sacó su espada y partió al nudo en dos. El problema fue radicalmente resuelto. Gracias de nuevo!