jueves, mayo 12, 2005

Día de La Brozza

Desde 1988, el primer sábado de mayo de cada año es el Día Oficial de La Brozza. Los diez que forman este grupo de sobrevivientes de los ochentas es una ambigua selección de filántropos que despliegan la más curiosa variedad de profesiones: desde un escritor, hasta un abogado, ingenieros, licenciados e incluso un oceanólogo. Los une una profunda amistad que comenzó hace casi veinte años (las amistades entre algunos de ellos están a punto de cumplir bodas de plata) y no ha sido disminuida ni un ápice a pesar de tantas pendejadas conscientes e inconscientes que hemos cometido a lo largo de nuestra peculiar adolescencia.

Cada Día de La Brozza es un aventón en la máquina del tiempo. Nuestros rostros con barbas y nuestros cuerpos con algunos achaques y manías (los primeros, supongo), se transforman de nuevo ante la situación y la panorámica en las que tenían los pubertos que éramos cuando La Brozza fue fundada y el primer Día Oficial inaugurado.

El rancho “El Cielito”, en Jilotzingo, ha sido la sede en muchas ocasiones desde el primer Día Oficial y el sábado pasado una vez más nos recibió con buen clima y un verdor tranquilizante y acogedor (de los que te invitan a tumbarse un rato a observar las nubes) igual que el que se sentía cuando éramos unos niños empezando a ser adolescentes.





Llegamos al filo del mediodía. Una caravana de cinco autos se estacionó a un lado del manantial. La comida, la bebida, los instrumentos, las tiendas de campaña…..todo fue saliendo de las cajuelas y ocupando el campo de césped cortado que rodea al manantial.

Algunos borregos vivos (y uno muerto) nos recibieron con balidos indiferentes. El borrego muerto fue enterrado a los pocos minutos por un par de trabajadores enviados por el “Tío” y la fiesta recobró la vivacidad acostumbrada. Los detalles se omiten por no obscurecer el relato. Además, no tuvo la mayor trascendencia.

Tocamos por un tiempo que me pareció mucho y poco al mismo tiempo. Tocamos la música que nos gusta: algunos covers y música de La Última Versión, un grupo musical hijo de la Brozza, de quince años de nacido, que tomó a más de la mitad de los brozzos a lo largo de su breve historia por algunos escenarios de la Ciudad del Caos.

Cuando el cansancio y el hambre (además de los gritos de los dos cocineros) nos bajaron del avión musical y una espléndida parrillada nos esperaba. Además de los bisteces, el pollo y las cebollitas, la primera tradición culinaria del primer sábado de mayo se hizo presente: La Carne de Chinameca, consistente en deliciosos bistecitos adobados que el brozzo veracruzano hace a bien en traer cada año. Después de comer a punto de llegar a la gula, algunos volaron un papalote mientras otros armaban las tiendas o comenzaban a prender la fogata. La noche se acercaba, el alcohol empezaba a tener sus primeros efectos importantes en algunos brozzos y las risas se hacían cada vez más sonoras.

Al anochecer es cuando realmente se siente el ambiente ceremonial del Día de La Brozza. El brindis es la parte más importante. Todos los brozzos tienen que hablar sin importar su estado etílico (o de cualquier otro tipo). La idea es sacar el corazón y decir lo que uno sienta, de frente a todos. A veces son disculpas, a veces agradecimientos o reproches. La Brozza vuelve a su parte más auténtica, a la de la hermandad, a la de la reconciliación, a la de la amistad. A veces algunos lloramos o al menos se nos quiebra la voz entre frases, a veces no podemos parar de reír para terminar el discurso o alguien interrumpe para hacer un comentario sarcástico o al menos irónico. En fin, es la catarsis del evento.

Brindamos, entre muchísimas cosas, por los brozzos ausentes. Los dos hermanos que se quedaron en Europa (viven en Barcelona) porque con el sueldo de escritor y el de fotógrafo, aún completando con tocadas en el metro, de plano no alcanzó para los boletos.

Cuando terminamos el brindis, todo se vuelve una cuestión de resistencia mezclada con buena memoria. Mientras el cuerpo aguante y las historias, reflexiones y preguntas sigan volando sobre el fuego, la plática continúa. Uno a uno los brozzos cayeron hasta que los primeros que se durmieron despertaron para tomar el relevo. La Brozza sobrevivió a la noche.

A las 8:30 los primeros ya estaban desayunando los clásicos Chiles de Aquiles (o chilaquiles, como se les conoce fuera del círculo brozzil) y preparando el huevsite, donde el resto de los resucitados se les unieron conforme la conciencia (mas no la cordura) volvía a ellos.

Leímos un artículo de el brozzo escritor sobre La Tercera parte de La Guerra de Las Galaxias, mientras tratábamos de burlar a la lluvia metiendo y sacando los instrumentos a intervalos de dos rolas o lo que las primeras gotas nos permitieran. Como a la quinta vez nos rendimos. No habría tocada el domingo. Entre la nostalgia y las despedidas recogimos todo y nos dispusimos a partir. A las dos de la tarde se fue el primero y a las cinco nos fuimos los últimos tres. El Día de La Brozza había oficialmente concluido.

Puede parecer simple, pero la convivencia, el amor, la plática y el resto de la comunicación que existe entre nosotros a lo largo del año, y en particular en este día es suficiente para mantener nutrida una amistad que ahora parece toda una vida. Los amigos son la familia que uno elige, me gusta decir. Me gusta que a veces existan personas tan sensibles que llegan a percibir la magia. Esta historia (aunque más tarde de lo prometido) fue escrita para una de esas personas, a quien no puedo decir que conozco pero que de alguna manera estaba aquí mientras le platicaba todo esto (bueno, la verdad he visto sus ojos). Me gustaría poder compartir cosas así de intensas con más personas, aunque los casos son muy raros. Sin embargo, he sido testigo de que es posible. La amistad es una energía perenne. Las personas nacen y mueren, pero la amistad es una constante. Se manifiesta de formas diferentes y actúa de diversos modos en unas y otras personas. Aún así, con La Brozza he aprendido que la amistad puede convertirse en un milagro. He aprendido que las distancias y el tiempo desaparecen cuando viaja uno con un amigo. La amistad es un ciclo que se abre y se cierra con cada encuentro. La amistad es una fruta que madura al abrigo de la tradición, del esfuerzo, de vencer a la desidia y al resto de las barreras para encontrarse con los amigos, los verdaderos amigos. Al final suele ser un encuentro con uno mismo.