sábado, enero 22, 2005

Escapes

Hoy es mi terapia semanal de escalada. Voy a un escalódromo ubicado en el norte de la Ciudad del Caos. Muros de madera y resina me esperan, ansiosos por dejarme los brazos calados y temblorosos. Ni siquiera es aferrarse a una roca en el más puro silencio. Es una actividad que haces con hule bajo tu cuerpo y música pop en los oídos. No existe la adrenalina de colocar una reunión y colgarte de ella. No instalas seguros combinados. Sin embargo es una delicia hacer una buena travesía mientras te desconectas del mundo y te concentras en tu cuerpo. Tus músculos y tus movimientos son regulados por tu cerebro en un entorno bien controlado. Los accidentes suceden, claro (tengo que admitirlo después de un esguince en el tobillo que me inutilizó por tres meses, al caer de una altura de un metro sobre el hule y una colchoneta), pero siempre es una sensación agradable salvar un extraplomo a más de diez metros de altura.
Mientras estoy sentado en mi escritorio, a una cuadra del famoso Ángel de La Independencia, me imagino el itinerario de hoy: Salgo a las 14:00 y de ahí hacia Vallejo. Una vez adentro, seguro que voy a calentar ligerito haciendo travesía en el muro del fondo e inmediatamente después voy a tratar la ruta amarilla, que a partir de los tres o cuatro metros se vuelve un extraplomo que aumenta gradualmente de inclinación hasta que estás bastante colgado a los diez metros. Después, sobre el techo bajito que aún no he podido sacar con una variante que hicieron hace poco los instructores. Sigo con el túnel, entrando, saliendo, probando nuevos agarres y posiciones de descanso. Para entonces mis brazos son como de espaguetti y mis manos tiemblan cuando me llevo un cigarro a la boca.
La sonrisa y el cansancio me duran todo el domingo. A partir del lunes ya sólo pienso en el próximo sábado, pienso en contener la respiración toda la semana, en cerrar los ojos o dormirme o escaparme lo suficiente entre mis libros y las pocas letras que pueda dar o recibir con mis amigos electrónicos hasta que abra de nuevo los ojos y vea la sonrisa de Vero dándome la bienvenida al escalódromo. Me alivianan (como una bocanada de aire a diez metros bajo la superficie del mar) esos pocos días que veo al Gallo, a Fer o -menos ocasionalmente- a Román. Me alivianan las letras -las palabras- de cualquier Brozzo, de Tonya, de Xavier, de Héctor, de Marcela, de Silvia, de Karla, de Toño, de Jenny, de cualquiera que se acerque a mi blog o a mi vida.
Con poco espacio para donde moverme, a veces las brisas frescas hacen toda la diferencia. Como decía el espadero de William Wallace: "A veces hago lo que quiero, el resto del tiempo hago lo que debo". Mi callejón es estrecho, pero permite ver las estrellas.
Así que al parecer sigo encontrando algunos escapes, algunas ilusiones que alimenten los sueños que aún me quedan. La verdad bien vale la pena, porque no hay nada escrito y la vida la vamos construyendo cada día, cada semana, cada mes, cada año..... Aún quedan arrepentimientos y remordimientos, pero es bueno que aún estando sentado en el escritorio de mi oficina, en este sábado que no está tan frío, me imagino mis manos aferradas a la resina, el sudor por todo mi cuerpo. Y sonrío.

domingo, enero 16, 2005


Como siempre, haciendo fervorosa devoción a los grandes sucesos de mi vida, Jessica está ahora plasmada en mi brazo. Simplemente es otro recordatorio y un énfasis en la frase de los Dayaks: "Pueden quitarme todo, pero mis mocoh estarán conmigo hasta la tumba". Ya está mi hija conmigo. En cuerpo y alma. Posted by Hello