En algunos santorales, el 13 de marzo se celebra a San Rodrigo. Aunque también lo he visto el 19 de septiembre, durante unos treinta años marzo ha sido oficialmente el mes de mi santo y trece el día. Por mí está bien.
A pesar de que no es un día muy celebrado, cabría esperar que estuve al menos en plan de regocijo. No podía haber sido peor la ironía de la vida. No sólamente el trabajo me absorbió del todo la semana pasada (ausencias de dos maestros, menos del 50% de mis objetivos de ventas.....simplemente demasiado), sino que el sábado y el domingo trabajé. No sólo en la escuela el sábado durante medio día (que fue mucho menos que eso, debo admitirlo), una fiesta el sábado en la noche y otra durante prácticamente todo el domingo.
No vale ni siquiera la pena ahondar demasiado en el hecho de ayudar a mi madrea musicalizar unas bodas de plata en el Marriott y una boda judía en un templo de Polanco de nombre impronunciable, sólo que entre ambas invertí unas dieciocho preciosas horas.....al fin y al cabo se fué el fin de semana, ni escalada ni descanso. Pero ni pex, cayeron unos centavos más y así espero terminar de liquidar mis deudas pronto y poder comprar mi moto este año.
Anoche ví el modelo Matador 250 SE de Toromex. Aún no logro encontrar ninguna página para postear, pero la neta, está bien chida. Ya sé que es una marca patito de motos ensambladas en pachuca por el mismísimo Autofin, pero vaya, la verdad es que es difícil comprar una moto 250 cc por menos de $1,500 al mes y estos tipos de Autofin lo tienen. Lo voy a seguir meditando mientras el trabajo sigue y las deudas bajan poco a poco (demasiado lentamente, diría yo).
El viernes en la noche no estuvo nada mal. Primero, Pato me invitó a una "cantina de Polanco" llamada La Valentina. Pocas cosas tan fresas, pero su compañía (y también la de Toño Morales) siempre es una delicia. Un muy buen detalle fue haberme encontrado a Lulú y a Pily después de muchísimos años (bueno a Lulú me la encontré hace como tres años, pero a Pily tenía más de diez de no verla.......increíble) en el Black Horse, un antro de La Condesa al que me lancé a escuchar un poco de Hip-Hop y a quedarme esperando a una morra que nunca llegó (pero con la cual no tenía cita, tampoco). Estuvo realmente muy chido encontrarlas. Las pláticas sobre el pasado y el futuro me distrajeron bastante y sin saber cómo acabé de vuelta en Polanco, ahora en la Gendarmería de Don Quintín, escuchando a una banda bastante buena. Como siete elementos tenía, de los cuales me llamaron la atención un negrito rapero tipo jamaiquino que cantaba bien, el baterista (que tocó toda la noche con metrónomo en las orejas) y una de las vocalistas que cantaba un poco simple pero se movía mucho y seguramente usaba copa 34 D, nada mal.
Así que no fue un fin de semana fantástico, pero al final todo salió bien, incluso pude tocar la bataca una hora el sábado, antes de irme a trabajar. La vida no es tan mala, después de todo.
