sábado, febrero 25, 2006

Hielo de Relámpago

Ésta ocasión no era diferente del resto. Se prepara toda la “erre” en el backpack. Salgo por toda prisa por el Portal y doblo a la derecha sobre la Cima. Cuando llego a la calzada, cruzo esquivando los carros que vienen de todas las direcciones posibles y camino a un lado del panteón. Saco el fiel instrumento y lo uso un par de veces, como siempre. Llego a la esquina y –como siempre- hay un micro esperando. En cosa de veinte minutos llego a Camarones, en lo que bajo las escaleras saco el boleto y con un definitivo giro del torniquete, entro a las entrañas de la Ciudad del Caos. Sus corriente me lleva por venas y arterias de diversos colores: naranja, rojo, amarillo... al cabo de unas diez estaciones estoy en Observatorio. Las corridas son cada media hora, pero no alcanzo la de las nueve y media. A las diez con cinco ya me estoy moviendo y a las diez con diez he perdido la conciencia. Un “Ya llegamos” me despierta doscientos kilómetros adentro de Michoacán.
Morelia es hermosa, pero no se nota mucho a las tres de la mañana. La Vasco de Quiroga me recibe con la indiferencia y el olvido acostumbrados. El búho se asoma con ojos desorbitados y me invita al salón de los mecheros, los focos y las velas. Aparece la Luz, si se me permite. Me despojan de riquezas monetarias y aún así me evado del lugar con una tranquilidad inexplicable que no se alcanza a manifestar como un pulso sereno.
Al cabo de un par de vueltas, me encuentro con los chicos buenos, con el negocio de familia, con las caras agradables y la plática amena. En un cuarto de pantallas y bocinas que no dejan de unirse y desunirse usando marañas de cables. El cuarto heavy, que sin dejar de serlo acoge a las pequeñitas entre riffs y redobles, entre voces obscuras que liberan una cantidad impresionante de energía.
La noche aquí se hace corta. Entre pláticas, videos y composturas. Entre diversas substancias que se consumen mediante el fuego de los encendedores. El cuarto heavy, donde las dobles “pés” se combinan con todo tipo de palabras amables.
La noche aquí se diluye. En cuanto empieza a amanecer agarro de nuevo camino. En la Central siempre se corre un pequeño riesgo. Entro al baño y dejo todo listo. Me dirijo a la sala. Entro al pasillo. La adrenalina del cateo. Llego con el corazón aún acelerado al asiento. Ahora no puedo conciliar el sueño, como en todos los viajes de regreso. Ahora pienso y pienso y pienso porque no traje mi libro y porque me parece que la chica de allá afuera está hermosa, pero es sólo el efecto.
El sol me recibe al llegar a la Ciudad del Caos. De nuevo al observatorio y de nuevo al metro. De nuevo diez estaciones, un micro y llego a la frontera de las entidades. Camino tres cuadras y entro al Portal. Subo las escaleras y entro a mi guarida. Saco el botín. Lo disfruto a solas. Y mientras estoy perdiéndome entre nubes, recapitulo y veo a Morelia desafocándose, pero sólo en el sentido que se logra cuando se va aumentando la distancia entre un lugar y otro, manteniendo la vista fija.