martes, febrero 14, 2006

Ésta Noche, Luna LLena

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Esta noche, ya muy tarde,
Llena de ti, llena de luna,
Donde brillas, llama que arde,
Yaces tierna, mi ternura.

Y veo la luna, veo tu cara,
veo los árboles, veo tus venas,
y tu piel sobre la almohada de mi piel,
y tu boca abierta, aterciopelada.

Alma Gemela, que me has encontrado inquieta,
Camina descalza en mi senda que te ama,
Entra en mi casa y embellécela con tu vida,
Hazme tuyo, mi Alma Gemela.

Mi amor, déjame yacer en tus brazos,
embriagarme en el olor de tu cuello,
perderme en la suavidad de tus besos,
y abrazarte para no dejarte jamás.

Amor mío, déjame de tu vida ser parte,
De nuestras otras vidas, aparte,
Porque este tiempo se acaba,
Pero no acabo de amarte.

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“Dios mío si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que les ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos...”

G.G.M.


Me parece que uno de esos criterios que sirven para dividir a la humanidad en dos (como el gusto por el cereal remojado o crujiente, o la gente dulcera de la de salada) es el de ubicar la personalidad como “lunar” o “solar”. Aunque yo me considero solar, paso la mayoría de las noches despierto. La noche me inspira más. Sobre todo por el silencio.
Sin embargo, reconozco que las personalidades lunares son más apasionadas. He notado que hay algunas personas que cambian de estado de ánimo (¡inconcientemente!) con las distintas fases de la luna. Puede ser una repentina aparición de mal humor o eufórica alegría. Puede ser un aumento drástico del apetito sexual o una profunda depresión “surgida de la nada”. A veces los lunares son más solitarios, más reservados. Incluso puede ser que no les guste salir de casa, aunque disfrutan de la naturaleza de un modo a veces fanático. Poseen una timidez característica, pero suelen ser más... maquiavélicos. Su personalidad apartada es obscura como la noche, pero muchos de ellos dejan entrever un cielo estrellado por ideas y sentimientos. Quizá sean más reflexivos, hasta un poco más artísticos.
Las personas solares me parece que son relativamente más energéticas que las lunares. También puede ser que más ingenuas. Es posible detectar también una calidez especial, como de buenos anfitriones. Les gusta estar rodeados por la gente, involucrarse socialmente. Tienden a ser más arriesgados y vivir más al límite. Yo creo que son mucho más “pata de perro” que los lunares. Por cierto, creo que también se relacionan mejor con los animales, sobre todo perros (¡). Los solares son menos intelectuales, pero tienden a tomar resoluciones más rápidamente y saben trabajar bajo presión. Aún así, muchos solares son muy inteligentes e incursionan en terrenos donde nadie más lo haría.
Quizá por su naturaleza cíclica, las mujeres coinciden sus metabolismos con las fases lunares. Por cierto, alguna vez leí que el período lunar ha ido aumentando, como si la luna diera vueltas cada vez más despacio. Según registros fósiles de algunas algas calcáreas (hechas de carbonato de calcio), que regulan su fase de crecimiento en sincronía con las fases lunares, durante el mezozoico (hace unos 200 MA), la duración del período de las fases lunares ¡era de sólo 7 u 8 días!
Entonces, parece que –en general- las mujeres tienden a ser lunares y los hombres solares. Pero... tampoco me gusta generalizar. Mi idea no es plantear la diferencia entre unos y otros. Lo que me importa es encontrar los puntos de coincidencia, la mezcla. Hay lunares que disfrutan enormemente a los animales y solares que no salen de su casa. Entonces ¿a dónde quiero llegar?

En “The Thin Red Line”, el cabo Witt reflexiona que todos los seres humanos comparten una sola alma. Una única alma y una sola conciencia que les da la capacidad perfecta igual para la maldad o para la bondad. Todos compartimos un poco quiénes somos. Todos vamos por la vida cambiando de rumbo o a la deriva, pero dejando de ser un poquito nosotros y empezando a ser quienes nos rodean.
Nos compartimos experiencias, ritos y sentimientos. Los lunares aportan la misteriosa inspiración de la noche. Los solares la energía y disposición de hacerlo. La gente de la luna da balance a la gente del sol. Son como parejas de aminoácidos, hechos para encajar el uno con el otro.

A veces damos pie a una extraña y ambigua combinación de caracteres. A veces el mundo nos gobierna con su influencia. El universo nos afecta y nos cambia. De alguna manera hay fenómenos más allá de nuestra comprensión (o al menos de nuestra conciencia) que determinan nuestro carácter o –en el menos peor de los casos- lo afectan de vez en cuando.

No podemos negar que formamos parte de todo ello o al menos que el universo ejerce una especie de control, de influencia. No podemos ver la causa, pero sentimos el efecto claramente. No podemos negar que la luna tiene un extraño magnetismo, el mismo que –según una leyenda- le tornó así sus ojos a los conejos, de tanto desearla y perseguirla por atrás del horizonte.
No me dirás que después de frías madrugadas los rayos del sol no dan vida con su calor. Esa increíble bola de fuegos en explosión que se encuentra a ciento cincuenta millones de kilómetros y aún así podemos sentir su tibieza en nuestras manos.

Así que en vez de decidir qué tipo de personalidad somos, prefiero encontrar las similitudes entre nosotros. Comparar lo que tengo de manía lunar con mi atracción por el Astro Rey. Ya basta de observar las miles de maneras en que somos diferentes, ahora es un tiempo de desprendernos de lo familiar y entrar en ese terreno a veces tan desconocido que somos nosotros mismos. Conocernos y aceptarnos como una mezcla heterogénea de lo que fuimos, somos y seremos. La circunstancia y el deseo son antagonistas en la novela de la vida.

¿Y no es acaso mejor ser cosmopolita que oriundo? ¿No es mejor ser disperso que enfocado? Hay más posibilidades de encajar con el resto del mundo. Hay más similitudes con las personas que ya no parecerán tan extrañas ni tan diferentes. La visión transpersonal es un camino que nos lleva a la unión, a la permanencia, al aprendizaje y a la tolerancia. La integridad y el valor que tenemos nos permite cambiar a cada instante sabiendo que el ser humano que hay en el fondo sigo siendo yo. El yo que te habla lo que piensa y demuestra lo que siente. El Yo que ha dejado de sorprenderse cada vez que se encuentra un rasgo nuevo, una actitud diferente a la acostumbrada. Es bueno sorprenderse a uno mismo. Es bueno saber que nada es definitivo en nosotros, que somos seres cambiantes pero a la vez constantes, como la luna que nos enamora mientras enseña sus diversas caras, en una veloz rotación que iguala en magnitud a su translación. La misma luna que tanto ha cambiado, pero nos parece inmutable. La luna, fuente de inspiración, que libera a las Musas. El sol también es una fuerza ambigua, que nos da la vida a diario, pero que acabará por consumirla hacia el final de sus días. Es la vida y la muerte. Es la abnegación y el egoísmo en una misma estrella. Pero nada es bueno ni malo. Es sólo una manifestación diferente de ese espíritu que nos es común a todos. Tampoco el sol es mejor que la luna, ni ella es dueña y señora. La luna refleja por su naturaleza los rayos que el sol le envía.

Somos –entonces- la combinación de dos polos, de dos tendencias (tal vez hasta más). Somos la curiosa mezcla, algunos más y otros menos. Pero díganme si no es cierto que mientras más aceptamos lo diferente o desconocido, mientras más rompemos los moldes, mientras más aprendemos de la vida, mientras más estemos dispuestos a aceptar Quiénes Somos, sin importar las sorpresas y las extrañezas, el resultado será alcanzar y conservar un estado de tranquilidad, de paz, de ensoñación pero a la vez de plena conciencia, que sólo se puede encontrar en un atardecer de nubes soleadas o en una noche como la de hoy, con una brillante y magnificente Luna llena.