sábado, noviembre 27, 2004

Recuerdos II

Cuando llegué a Ensenada ya estaba un poco acostumbrado al clima extremoso del norte, salvo que las prístinas mañanas otoñales que ahí me recibieron tenían una curiosa sensación onírica y un fuerte olor a pescado. Había yo salido de Los Ángeles la noche del 16 de julio de 1995 y a las 8 de la mañana estaba yo pasando el puente de El Sauzal, rumbo a la primera casa que me daría asilo, justo en la misma calle que posee el establecimiento más emblemático de toda Ensenada: La Cantina Hussong's.
Me parece pertinente hacer una observación anecdótica sobre mi llegada a dicha casa. Desde meses antes había yo empezado a hacer mis trámites para ingresar a la universidad desde Mexicali, a donde viajé una vez al mes durante seis meses para hacer diversos exámenes y burocracias necesarias. En un par de esos viajes obviamente fuí a Ensenada, a conocer la escuela y encontrar un lugar en donde vivir. En la Facultad de Ciencias Marinas me encontré muchas agradables sorpresas, una de ellas fue el descubrimiento de un letrerito en uno de los tableros de anuncios en donde se buscaba uno o dos compañeros para compartir un departamento en la zona centro, de ser uno, se pagarían $325 al mes, y de ser dos, $275 -lavadora incluída. Me dibujó una sonrisa al instante. En Hollywood habíamos estado pagando entre tres una renta de $600 dólares, lo que significaba que podría disminuír en un 85% el costo de la renta que pagaba y céntrico se me antojaba algo bueno en un desconocido pueblito del norte.
Hice los arreglos necesarios para llegar el 17 de julio con dos rentas en la mano, ya fuera que consiguieran a otro o no. Por un lado, la escuela me fascinaba, en una punta rodeada de mar, aislada, etérea, mucho mejor de lo que me la esperaba y por el otro ya tenía un lugar en donde vivir. Todo estaba puesto.
Mientras bajábamos mis cosas del taxi, recuerdo que el chofer me hizo el comentario: "¿Pues que va a poner una biblioteca?" A mí la verdad no se me hacían mucho noventa kilos de libros, así que le contesté con toda naturalidad que lo que pasaba es que iba a entrar a la escuela y pues esos eran los libros básicos (exageré, ya que mi colección de novelas, cuentos y comics abarcan prácticamente la mitad del total, aunque para mí también son básicos). Pero que caray.....a mí me preocupaba la bicicleta y el boogie, ya que apenas habían entrado en la cajuela a un lado de mi gigantesca mochila.
Al cabo de tres viajes, entre yo y el chofer subimos todas las cosas hasta el primer piso, en donde se encontraba el departamento del "Tatanka", un chavo cachanilla (o cashanilla, como se dicen ellos, los de Mexicali) de casi dos metros y como ciento veinte kilos que hasta el momento me había demostrado ser un chavo simpático (aunque me pareció un tanto sabihondo y definitivamente en un papel paternalista hacia mí, el futuro estudiante. Lo conocí en mi segundo viaje a Ensenada, buscando el departamento anunciado en la facultad -en ese momento en período vacacional- y se mostró más que dispuesto a recibirme en su casa (que según me había explicado era una especie de Casa Fraternal, en donde se reunían en ocasiones los personajes más representativos de la oceanología ensenadense) y explicarme todos y cada uno de los secretos que escondía la hermosa carrera que habíamos escogido. Me acuerdo que me invitó una caguama y se puso a explicarme lo que necesitaría hacer para triunfar en la escuela y en la vida. Para cuando me hubo explicado la historia de la Universidad de Baja California, La formación de la Facultad de Ciencias Marinas (con la necesaria mención de la toma de los terrenos por parte de los estudiantes de la Preparatoria Estatal), los chismes de la mayoría del estudiantado y algunos maestros, ya me consideraba su hijo adoptivo. Ni siquiera me quiso aceptar un mes de adelanto para asegurar el trato. Ya era yo casi un hermano oceanólogo. Me invitó la caguama y me dió las indicaciones para llegar en mi siguiente visita por "la nueve", no por "el bulevar", que era el camino que yo había tomado y era la forma más larga de llegar al centro. Las indicaciones no mentían, estaba yo en el meritito centro del puerto de Ensenada, Baja California, en unos cuantos minutos después de haber cruzado la caseta y haberme bajado en "El Sauzal" (nunca me gustó llegar a la terminal de autobuses). De ahí tomé el taxi que me dejaría cerca de la esquina de la calle primera y Riveroll. El edificio del Casablanca está a escasos cuatro locales de esa esquina, sobre Riveroll. "Tatanka" vivía con el "Compadrito", un chavo de Michoacán con barbita escasa, pelo larguísimo y unos cincuenta y dos kilos de peso. El hecho de que vivieran juntos era casi ridículo. Enfrente vivían unas chavas a todísima madre (aunque en igual proporción estudiosas, platicadoras e inexorablemente feas) que me hicieron plática desde la primera ocasión en la que conocí el departamento. En este último viaje, cuando ya no volvería jamás a la calle de Yucca, en Hollywood; mientras subía las escaleras con el último viaje de libros; mientras me maravillaba de lo hermosa que puede ser la sencillez de un puertecito mexicano, me sentía yo feliz, real y magníficamente en casa.
Sin embargo tras tocar a la puerta un par de veces, se asomó "Tatanka" con una especie de semblante sombrío, pero a la vez inquietantemente indiferente. Me saludó más o menos bien, aunque no con la paternalidad ni mucho menos la afabilidad de las ocasiones anteriores. Sin dar grandes rodeos, me explicó que al parecer los que estaban antes de compañeros de departamento finalmente habían decidido no irse, por lo que de un dìa para otro ya no necesitaban con quien compartir el alquiler y eso me dejaba a mí en una situación difícil, pero no infranqueable. Seguramente hallaría algo que hacer. Acto seguido me acompañó hasta la puerta, me dió un abrazo de hermanos (pero de esos hermanos que se separan para siempre) y me cerró la puerta. Ni siquiera había yo metido las cosas, que ahora prácticamente llenaban el pasillo. Seguramente "Tatanka" sabía que me había jugado muy chueco, pero lo respaldaban sus dos metros y ciento veinte kilos de peso para hacer las manchadeces que quisiera y salirse con la suya. De todos modos lamenté no haberle dado el mes de alquiler, pues seguramente eso lo habría presionado un poco para al menos dejarme quedar un par de noches. Lo único que se me ocurrió fue abrir una caja, sacar la biografía que escribió Pais de Einstein y ponerme a leer.
Sucede que de las tres chavas que vivían en el departamento de enfrente, sólo una de ellas no tenía novio. Las otras se la pasaban con sus chavos de un lado para otro así que ella estaba sola la mayoría del tiempo. Así que al cabo de un par de horas llegó sola, me miró, un tanto sorprendida por hallarme leyendo (más que por las cajas que obstruían la entrada a su casa, lo que me extrañó un poco). Y me preguntó que si "Tatanka" no estaba. Le dije que sí, que el muy cabrón estaba, pero que sólo me había abierto para mandarme a chingar a mi madre (confieso que dije esto en voz más baja que el resto), pero que bueno, estaba pensando qué podía hacer.
La chica se mostró más que contenta de darme asilo unos días (que se convirtieron en dos semanas exactas), aunque noté que detrás de su inocente ofrecimiento había una especie de "doble fondo". En ese momento no pensé en eso. Lo único que hice fue darle las infinitas gracias. Metí mis cosas y saqué mi boogie y armé mi bicicleta. A las doce del día ya iba en mi bicicleta por la calle nueve, gozando de la tranquilidad de contar con un techo y el resto de mi vida por delante. No sabía muy bien qué iba a pasar (y por supuesto no me imaginaba todo lo que pasaría), pero en ese momento me sentí libre, dueño de mi vida y de mis acciones. Invencible y capaz. Estaba yo empezando a ser parte de mi sueño, empecé a andar un camino hoy aún inconcluso, pero eso no lo sabía ni me importaba. En ese momento iba yo en camino para disfrutar mi primera sesión de surfing en las heladas aguas de Ensenada.