jueves, enero 27, 2005

Karla Ximena y María Fernanda

Esos son los nombres de mis dos hermanitas. Dos hermosas criaturas que amo pero que apenas conozco. Dos señoritas que aún imagino como las niñas con las que jugaba en el jardín de nuestra casa en Bosque 86. Nuestros caminos se han separado un poco, pero los lazos de la sangre y del cariño no se pierden con el tiempo. Cada una debe tener su propia visión de la vida, en la cual no creo haber influído mucho. Sin embargo pienso en ellas en muchísimos más momentos de los que debería permitirme para no extrañarlas tanto.
No me disculpo. Si no nos vemos es también porque yo no he querido. Sin embargo las contemplo en mi imaginación como a dos jóvenes gaviotas que inician sus primeros vuelos. Su vida es ajena a la mía, aunque sólo en el plano de la vida diaria. Profundamente enganchadas a mi corazón, permanecen conmigo en todos lados. Han estado conmigo en Chihuahua, Los Ángeles, Ensenada, Manzanillo y ahora -una vez más- me acompañan en mis pensamientos frecuentemente.
A veces las imagino: Dulcemente hermosas, curiosas, intensas y soñadoras, atrevidas y simpáticas. Las imagino como la perfección de lo que mi padre hizo conmigo, como un último retoño de la misma inocencia que yo perdí mientras crecía.
Me acuerdo de ustedes, mis chiquitas, como recuerdo la felicidad de la niñez y la emoción de la adolescencia. A veces siento que se me va su vida sin ser yo un testigo, pero a la vez debo aceptar la vida que nos tocó, cuya circunstancia no fue del todo propicia para nosotros. Sin embargo ustedes son mis únicas pequeñas, en un rango muy parecido al de mi hija, que la siento más mía pero carente de la libertad que -inconscientemente- les he concedido a ustedes en mi mente.
Hoy quiero que sepan que las amo, que las recuerdo y extraño, pero me parece que este libro aún tiene mil páginas no escritas. Que éstas líneas sean el comienzo de un futuro diferente al presente, en donde otra vez pueda acercarme a ustedes, verlas a los ojos y simplemente sonreír.