miércoles, marzo 02, 2005

El Laberinto y La Orquídea (parte I)

Cuando terminó el verano pasado, un viento extraño llegó al Vergel de Loyola y empezó a arrancar la apariencia de todas las cosas que tocaba, y por más que se trataba de asir una apariencia: amarrándola, engrapándola, pegándola, incluso atornillándola, el viento egoísta seguía llevándose toda apariencia que se viera sobre algo. Y la gente se resignó a pensar que en algún momento hasta su propia personalidad se vería expuesta a que todos la conocieran como realmente era y el olor de la vergüenza empezó a entrar en todas las casas del Vergel; y todo el mundo tuvo miedo de que se les dejara de apreciar por la apariencia que empezaron a tener las cosas y porque sabían que hasta los mismos sentimientos se podrían observar desde el ángulo adecuado y en las parejas nació el temor de que el amor que mutuamente se profesaban no fuera suficiente.
La gente comenzó a guardar sus sentimientos en pequeños estuches inertes y sin forma –casi intangibles- para que nadie pudiera hacerles daño. Para desgracia de todos, fue entonces cuando llegó la locura, porque se decidió que las apariencias se debían reconstruir y se empezaron a construir en grandes industrias las primeras apariencias que ahora tendría la gente.
Surgieron entonces estuches que ocultaban la esencia de una manera maravillosa. La gente recobró y mejoró su natural apariencia con estuches y vitrinas de muy diversas calidades: Había sobrias, para los que gustaban de la elegancia y sencillez; alegres y frescas para los más rígidos y estirados; extrañas y originales para loe extravagantes, audaces para los tímidos, vulgares y grotescos para los rebeldes, amables para los groseros......Hubo inclusive algunos diseños modernos que causaron furor entre los jóvenes. Y la locura por comprar atractivos estuches para ocultar y vitrinas para exhibir las almas y los sentimientos se volvió tan grande, que tales contenedores se hicieron indispensables para todo aquél que quisiera destacar en cualquier rama del género humano. Y hubo gente que dejó de ser “alguien” cuando no tuvo el dinero suficiente para comprarse el último grito de la moda en vitrina o estuche.
Fue así como la gente empezó a “ser” más en la medida que más tenía y todos los sentimientos cambiaron, mutando en una extraña adaptación, degradando en pequeñas esferas increíblemente compactas que la gente podía llevar a donde quisiera, con la tranquilidad de poder darla y quitarla sin sentir realmente nada y daban su amor, su alegría, su odio y su tristeza con el sereno disgusto que ocasiona el perder cualquier cosa. Pero la moda de los estuches y las vitrinas prevaleció hasta el punto en el que ya no importaba el adentro, sino sólo el afuera de ellas. La gente se acostumbró a criticar los estuches sin interesarse por el contenido. Entonces se comenzaron a reír sin ganas y las pláticas se volvieron pesadas como el plomo y la soledad se sintió más dolorosa que en ninguna otra parte del mundo.
Era lógico que hubiese rebeldes a todo este movimiento, pero eran sólo un puñado de personas que estaban convencidas de que –al fin y al cabo- los estuches sólo convenían porque permitían lucir distintas a las personas; que las hacían de alguna manera interesantes y –ciertamente- sólo cubrían el verdadero aspecto de las personas. Oprimidos por capitalistas y censurados por conservadores, los acusados de socialismo radical, de anticuados, de simples, fueron llevados al exilio por la crítica y por el desprecio del mundo. Un mundo convencido de que: Como te ven, te tratan.
En este nuevo y triste lugar, vivía Facundo.